Exuvia | PiréPú
Por Javier Chemes
Posadas Misiones, febrero 2014
Para Andrés, Marissa y Leo
La exuvia somos nosotros. Nosotros de este lado, mirando. Exoesqueletos de aquello que fue, que es pretérito total y fulminante de lo apenas (re)conocido como algo propio en el devenir ser-vivo de otros. Ahí , aquí, acá, como más te guste o prefieras, estamos vos, yo, nosotros y ellos, quienes de una o todas formas volveremos a vernos pretéritos, efímeros de hoy. Y no es la definitiva muerte lo que alertará, sino el pasado envuelto en las transparentes y, por momentos, oscuras capas de la memoria que nos habita y habla para decirnos qué o quiénes somos. Porque lo que hay adentro es el cuerpo de una memoria hecha restos. Somos su mero afuera; el exterior de sus recuerdos (de Andrés, de Marissa, de Leo) en un intento de asimilación digestiva verde. Adentro, viéndonos con ojos de niñez, persistirían la microscópica mirada clínica –de dos épocas: una anterior y otra presente–, el conocimiento hecho piezas de arte y la siesta, engarzados en un par de litoraleñas alas de mariposa. O mejor aún, en miles de alas. Y en miles de chirridos que anticipan un transitar imposible por el verano; por el calor que te dice que no salgas, que ese sol podría aniquilarte en pocas horas. O enloquecerte… Claro, igual que una memoria prodigiosa. A menos que puedas escaparte al río. (El río, o la frescura del olvido.) Cómo hacer presente una parte de sus vidas y volverla obra: un hacer cuidado y amoroso. Una visión que nos atrae entre los fragmentos del pasado que los condujo hasta aquí y que por obstinación, al borde del acorde casi siniestro con el que los insectos nos asaltarían con vehemencia, ya nada importa y continuamos viendo entrecortadamente y escuchando, a la espera, por qué no, de que ocurra lo inesperado, lo extraño. (Claro, él también pensó en “Kafka y sus precursores”.)* Ya que lo extraño habita el mundo. Nada más propio y extraño a la vez que ellos que vienen de su pasado a mostrarnos su hacer en el mundo. Mientras, vos, yo, nosotros, atraídos por la luz de la única lámpara encendida en el patio, fumamos y bebemos en un brindis letal. Nos miramos y reímos convencidos de que, tranquilamente, podría ser así. Mientras dure la música, en tanto dure la siesta o intentemos escapar en la noche y demos vueltas observando y escuchando, sólo será posible volverse exuvia, o ese espacio infinitesimal desde el cual vemos, a través de los resquicios que acogen y repelen la mirada del cuerpo recientemente abandonado del bienvenido huésped.