Recuerdo la muestra de Andrés Paredes en Palatina: una especie de laboratorio de científico loco enamorado de las mariposas y las chicharras. Les construía micro mundos en cajas iluminadas. Las espiaba en microscopios. O las amplificaba en metal, a tamaños monstruosos. Su obra tiene que ver con la selva misionera. Vive en Apóstoles, donde nació, en la clínica que atendía su padre. De ahí los insectos que modela en resina o metal y las tramas que corta en papel: vivían en su jardín y los descubrió con el microscopio.

“Mi obra habla de mi lugar de origen, del lugar de mis recuerdos. Siempre vuelvo a ellos para crear, no precisamente copiando los elementos de la naturaleza que me rodean, sino traduciendo esas emociones, los olores, sabores y colores que provoca la naturaleza. Elijo vivir en Apóstoles, una ciudad muy tranquila del interior de Misiones, que fuera uno de los 30 pueblos jesuíticos, y recibiera las primeras inmigraciones de la provincia de inmigrantes polacos y ucranianos.  Después de vivir cuatro años en el sur de Brasil y un año en Buenos Aires decidí volver a trabajar en el lugar donde también nací”, cuenta.

“Trabajar en Apóstoles es más fácil tengo un gran taller y producir es mucho más sencillo que en una gran ciudad. Igualmente, trato de poner en evidencia ese tema tomándolo casi como un manifiesto. Todas mis muestras se realizan íntegramente acá. La pasada, Gurí, en Palatina, fue realizada íntegramente en Misiones: obras, marcos, textos curatoriales, fotografías, diseño e inclusive impresión de catálogos. Lo mas cómico es que las obras se transportaron en Camiones que llevan Yerba Mate a Capital Federal”, dice.

Parte del texto decía del catálogo de Alicia Menises decía: “Andrés elige su ciudad natal, no solo para crear consustanciado con aquello que lo rodea y más ama. Desde allí, con su singular modo de percibir y de hacer visible su experiencia cotidiana de la naturaleza, se proyecta hacia el mundo; reafirmando su lugar y su forma de transitar la vida”.

-¿La muestra hablaba de tu lugar en el mundo?

-Toda la muestra era un manifiesto, que afirma, la idea de que se puede, de que podemos cambiar, podemos mutar, que el lugar donde nacemos, donde nos criamos, nos determina pero no nos condiciona. Vivir en Misiones es como pintar la aldea y a la vez pintar el mundo: elijo insectos que habitan la selva, las cigarras las mariposas y las libélulas que al mismo tiempo hablan de la transformación de la posibilidad de cambio que está adentro nuestro y que sólo depende de nosotros. Los grafismos recortados en papel calado y en madera se extienden como un solo dibujo como la verdadera naturaleza, proyecta sombra y crece sin parar.

-¿Cómo llegás a tu técnica?

-Aquí en Misiones también descubrí parte de la técnica que signo mi trabajo, en el año 1998 conocí a una profesora suiza en Obera, en la Facultad de Artes donde trabajaba. Ella me enseñó los secretos del scherenschnitte,  una técnica típica de Alemania y Suiza que consiste en recortar papeles con tijeras cortando siluetas y formas. Yo comencé a cortar y se volvió mi conexión con el arte cuando trabajaba en Brasil en una productora de cine y video. Allí retomé y produje muchos de los papeles calados que se venderían en la galería Palatina en el 2006. Entré a la galería con 26 años y eso también posibilitó mi producción en Misiones, ya que la galería se encargaba de muchos trámites y también de la venta.

-¿Cómo te mantenés conectado?

-Viviendo en Apóstoles pude mandar y participar de muestras en diferentes partes del país: en la Bienal del Fin del Mundo, en Fundación PROA, y en países como EEUU y Venezuela. Actualmente tengo una galería que representan mi trabajo en Beirut, AbuDhabi y Singapur. Tiene varias desventajas como estar lejos de los centros de exposición, que permite ver las obras de los contemporáneos y tener contacto con curadores, algo muy deficitario en Misiones. Pero también me posibilitó armar un propio circuito de exhibiciones, Posadas, Oberá y Resistencia Chaco.