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Una Selva en San Telmo

Por Eduardo Villar

Publicado Revista Ñ, Diario Clarín, enero de 2018

En la nueva Galería Calvaresi, Andrés Paredes vuelve a evocar los paisajes de su infancia misionera, que pone en tensión con el artificio y con lo urbano.  

No son paisajes los que el misionero Andrés Paredes muestra en Artificio, la exposición curada por Ana Martínez Quijano con la que se inauguró hace semanas Calvaresi, un nuevo espacio de exhibición de arte en San Telmo. Las nuevas obras de Paredes, sin embargo, hacen presente en el primer piso de la nueva galería –puro concreto, ladrillo, cristal y hierro– toda la potencia y la exuberancia de la selva paranaense de Misiones, que fue crucial en la infancia del artista y que está en el corazón de su obra de principio a fin. No son paisajes y ni siquiera parece apropiado decir que es la naturaleza lo que está en las obras de Paredes: lo que aparece en ellas y las llena de belleza y de sentido es su experiencia de la naturaleza, cargada de su memoria, sus emociones y sus sentimientos. En sus formas animales y vegetales están también el recuerdo del universo infantil, la especial sonoridad del guaraní, las charlas con los abuelos, las siestas interminables de los adultos, las tardes de verano en el río y los juegos con el barro...

“Desde hace 15 años exploro sobre una relectura contemporánea de la selva Paranaense de Misiones y el trato de sus universos”, dice el artista. Y agrega: “Actualmente investigo sobre la arqueología y la genealogía personal, abordo recuerdos de mi niñez y los transformo en grandes instalaciones participativas, donde juegan todos los sentidos”.

Hay algo diferente en esta muestra de Paredes respecto de las otras recientes, como las que expuso en 2015 en el Pabellón de las Artes de la UCA, en 2016 en el CCK como parte de Paisaje: el devenir de una idea y en Mutatis Mutandis & Memento Mori en Ungallery. Desde el título mismo de esta muestra en Calvaresi, Artificio, se percibe esa novedad, que es lo que podríamos llamar “desnaturalización” de la naturaleza en sus obras. Con el barroquismo de siempre, Paredes pone ahora delante de nuestros ojos lo artificial de los bichos, las orquídeas, las lianas, las raíces y tallos, los entramados laberínticos de vegetación, lo animal y lo vegetal de la selva que parece crecer entre las paredes de la galería. La que apreciamos en esta muestra es una naturaleza urbanizada o hecha a la medida de la ciudad, torneada y pasada por los mil filtros de la cultura.

Explica la curadora Martínez Quijano: “Andrés en esta muestra presenta una naturaleza artificiosa, un simulacro de la naturaleza, con colores dulces, con formas exaltadas, con una exhuberancia y un despliegue de sutilezas... Desde el techo caen cascadas de orquídeas. Busca despertar el deseo y la satisfacción y el placer de la contemplación que le depare al espectador esa cuota de felicidad que necesita la gente”.

Se trata, de alguna manera, de una naturaleza controlada que, sin embargo, se resiste y se rebela: se sale de las paredes de la galería; excede el plano de la pintura para adquirir el volumen de enredaderas reales; en forma de gigantesca mariposa de bronce, vuela brillando sobre nuestras cabezas en el espacio de la galería; los gruesos marcos blancos que encierran las pinturas de los entramados vegetales artificiosamente monocromos parecen fabricados especialmente para resistir el empuje de las formas que encierran, como si esas formas de epoxi pintado de celeste o de morado pudieran estar hechas de células en constante reproducción.

Alguien podría ver un encuentro, una lucha o al menos una negociación entre lo natural y lo urbano en la muestra de Paredes. Y hasta podría arriesgar que esa negociación coincide no por azar con el movimiento en la vida del artista, que hace meses estableció un taller en el barrio de La Boca y empezó a dividir su tiempo de vida y de trabajo entre la ciudad de Buenos Aires y Apóstoles, su ciudad natal.

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