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Vestigios de la memoria

y del tiempo

Por María Lujan Picabea 

Revista Trasnvisual, 2015

Jugar con barro hace las delicias de la niñez y es allí, en esa maleta repleta de sensaciones siempre fronterizas entre el atractivo y el espanto, donde escarba Andrés Paredes para su producción artística. Bichos, mariposas, libélulas, cigarras y caballitos del diablo, las lianas de la selva misionera en caladuras precisas, le valieron el aprecio de la crítica. Hubo quienes señalaron que si bien resultaba maravilloso que un artistas tan joven como Paredes fuera abrazado por los coleccionistas, era también un riesgo que esa buena recepción amordazara su creatividad y lo obligara a trabajar para el mercado. Pero él, entonces, se despachó con una muestra que pareció desafiar todos los pronósticos: Barro Memorioso, una exploración directa en lo mas profundo de sus entrañas, que lo llevó a rebuscar en el lodo sin miedo a ensuciarse las manos.

Y así, con la misma nostalgia con que captura la exuberancia de la naturaleza, cierta armonía de formas y tonalidades capaces de aquietar las tempestades, se sumerge en cavernas barrosas, espacios subterráneos, sólo aparentemente quietos, donde la vida se descascara. Esculturas de barro, cúpulas como mamas con pequeñas ventanas por las que espiar al interior de la tierra, los vestigios de la memoria y del tiempo. De eso se trata.

El artista ha contado que es en esa materia, en el barro, donde halla la pulsión que mantiene su trabajo vivo y latente

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