
Un puñado de tierra
Por Sandra Juárez
Texto curatorial
¿Cuánta tierra cabe en un puño?
¿Cómo impregna el alma el lugar en dónde nacimos?
El pequeño gesto simboliza las raíces, la historia, la memoria y la pertenencia.
El artista Andrés Paredes nacido en Apóstoles Provincia de Misiones recrea en sus obras la belleza y la exuberancia de la selva misionera natal. Reconoce que la naturaleza está constituida tanto por la materia inerte como por los seres vivos y por diversos fenómenos físicos.
Crea a partir de procesos intuitivos y de investigación con énfasis en la energía que emana de las cosas y su transformación. La metamorfosis ha sido un tema central en sus exposiciones y revela como el sujeto y el entorno actúan uno sobre el otro y se definen recíprocamente.
Desde el entorno natural comprende al mundo como un lugar de verdadera mixtura metafísica y lo representa con extrema sensibilidad poética para poner de manifiesto la necesidad del cuidado del lugar que habitamos. El ser humano y lo que lo rodea constituyen un sistema complejo en el que la dimensión espiritual se suma a las nociones clásicas de la ecología.
La belleza presente en las obras de Paredes guarda estrecha relación con el concepto de belleza que para los guaraníes abarca simultáneamente lo bello, lo bueno y el bienestar. No es sólo un atributo estético sino un estado de armonía con la propia naturaleza y condición.
El artista nos hace ver el desarraigo que sufren los se ven forzados a emigrar debiendo abandonar el lugar en el que han vivido y a sus afectos.
El título ¨Un puñado de tierra¨ fue tomado del poema de Herib Campos Cervera que refleja el profundo sentimiento de quienes han sido separados de sus raíces, esas que otorgan un sentido de pertenencia emocional, social y cultural. Al igual que en las obras de Andrés Paredes simboliza el vínculo con el lugar de origen al que siempre se intenta volver.
Andrés Paredes en el Museo Sívori
Por Silvina Amighini
Curadora MuseosBA
En el corazón de la ciudad, el universo respira. Las obras de Andrés Paredes irrumpen en el espacio del Museo Sívori como visiones orgánicas, sensibles y ancestrales, convocando a un tiempo otro: el del monte, el del ciclo vital, el de la tierra y las estrellas.
Desde la selva misionera, Paredes nos acerca a la cosmovisión guaraní, en la que no existe separación entre lo visible y lo invisible, entre lo que vive en la tierra y lo que habita el cielo. En sus piezas, lo vegetal y lo espiritual, lo animal y lo humano se entrelazan como ramas de un mismo árbol cósmico. Según León Cadogan —gran recopilador de la tradición guaraní—, la creación del mundo fue una obra colectiva de los ñamandu, los dioses primigenios que modelaron el cosmos con palabras sagradas: “Ñe’ẽ, la palabra, era anterior a la existencia misma”. Este principio creador —el lenguaje como energía vital— se traduce en la obra de Paredes en formas que parecen hablarnos sin necesidad de palabras.
Como en la astronomía indígena, el tiempo en estas obras no es lineal, sino circular. “El universo está hecho de ciclos”, decía la astrónoma peruana y divulgadora científica María Luisa Aguilar, al referirse a los conocimientos originarios sobre los movimientos celestes. En este sentido, las obras de Paredes parecen sintonizar con esa misma frecuencia cósmica: nos invitan a reencantar la mirada, a recuperar el pulso de la tierra y del cielo. Así como los pueblos originarios observaban el firmamento no solo con fines científicos sino como forma de relación con el todo, esta muestra propone un ejercicio de reconexión.
Con materiales efímeros —alas de insectos, hojas del monte—, Paredes evoca lo eterno: la vida y la muerte como estaciones de un mismo viaje. Cada obra es una puerta abierta al Yvy Maraê’ỹ —la “tierra sin mal”—, no como utopía lejana, sino como posibilidad concreta de habitar el mundo con respeto, asombro y conciencia de que todo está interconectado.